
Me gustaría hacer una reflexión bonita de lo que fue para mí el 2013, pero la verdad es que no sé qué decir. En los últimos meses me ha costado muchísimo volcar mis pensamientos en palabras, en especial cuando se trata de hablar exclusivamente de mí. Pasó tanto que no podría resumirlo. No me alcanzaría la vida para agradecer lo suficiente.
El año pasado fue enriquecedor.
Aprendí que la vida no sería la misma sin los momentos de tristeza y soledad, que por más que el dolor desgarre, es fuente de creación y arte.
Aprendí que de vez en cuando nuestra mente también nos daña, que es sano dejar de pensar y necesario detenerse sólo a observar.
Aprendí que uno debe dejarse a veces, luego volver, y después abandonarse una vez más.
Aprendí que la locura está loca y siempre se me escapa, que el desconocerse y aprenderse jamás acaba y que la desesperación y la rabia no duran para siempre.
Aprendí que estar lamentándose todo el tiempo es gastar energía y más vale invertir ese tiempo en algo más productivo.
Aprendí que siempre trae alegría hacer algo imprevisto, como leer un género que no nos gusta, o gritar a través de una ventana por la noche.
Aprendí que ser imprudente es divertido, que se puede querer a una persona a pesar de la distancia.
Aprendí que puedo ser ruda y a la vez muy romántica.
Aprendí que a pesar de las posibilidades de ser herido, siempre hay que arriesgarse a querer, pues no hay nada mejor que amar y sentirse amado.
Aprendí que estamos tan necesitados de amor.
Aprendí que lo mejor es lo que pasa y que lo que en un momento te parece una desgracia, todo tiene su razón de ser y casi siempre es para bien.
Pero por sobre todo, aprendí que nunca podré aprenderlo todo, que nunca dejaré de crecer y errar en los próximos años. Eso me hace muy feliz. ¿Qué sentido tendría vivir si no fuera así?

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