
Muchos somos, los que viviendo en Venezuela un día decidimos que irse era mejor, que nuestro futuro no estaba en nuestro país y que teníamos que salir buscando lo mejor para nosotros. Nos fuimos en distintos momentos de nuestras vidas, al terminar el colegio, la universidad, el trabajo; pero siempre con la idea de salir para mejorar. No es fácil, se los juro.
En mi caso, me fui después de 3 años de carrera en la universidad con la finalidad de terminar la misma un poco más especializada en otro lugar. Cuando por fin tomé la decisión de irme, miles de cosas pasaban por mi cabeza, ¿Qué irá a ser de mi? ¿Qué pasará? ¿Me irá bien? ¿Me gustará?, en fin, mil preguntas daban vueltas en mi cabeza una y otra vez. Sin embargo, hasta el último minuto no quise hablar del tema. Evadía los comentarios, las preguntas de las demás personas que querían saber ¿Por qué?.
Por tener un futuro más seguro, por estar mejor preparada, por vivir una nueva experiencia, por conocer otra cultura más a fondo, por vivir segura, por poder salir a la calle con tranquilidad, por no estar preocupado si sales de noche, por no tenerle miedo a los motorizados, por estudiar lo que me gusta, por la libertad, yo que sé… Cualquier razón es válida, debido a la situación en la que se encuentra Venezuela.
Es difícil de explicar y sabía que si le daba más vueltas de las que debía terminaría decidiendo quedarme. Es que el amor que le tengo a mi tierra es demasiado grande.
Fueron pasando los días, cada uno con alguna despedida, y llegó el final. Un final difícil de enfrentar. No es fácil irse de donde llevas toda tu vida, donde están todas las personas que quieres y todos los recuerdos de lo que has vivido.
Hacer la maleta fue de las cosas más complicadas de irme. ¿Como se hace una maleta para comenzar una nueva vida desde cero? Una maleta que pesaba tres veces más que yo, y que no lograba cerrar. Al final llegó realmente el momento: la despedida. Lágrimas y sonrisas, muchos sentimientos encontrados. Estar feliz y triste a la vez.
Ese abrazo que sabes que será el último durante unos cuantos meses hasta que te vayan a visitar ha sido lo más difícil que he enfrentado. Las lagrimas no paraban de salir de mis ojos y me temblaban hasta las rodillas. Hacer la cola del control de seguridad, intentando lo imposible: no mirar atrás. Y es que cada vez que lo hacía veía en los ojos de los demás las mismas emociones que en los míos. Tristeza y felicidad. ¿Cómo dos sentimientos tan distintos pueden encontrarse en los mismos ojos?
La espera para subir al avión seguía siendo igual de difícil. Llegaban a mi teléfono muchísimos mensajes de despedidas y llamadas de ánimo que realmente lograban, más que animarme, hacer que no pudiera parar de llorar. Que difícil es despedirse. Me subí al avión sabiendo que no era más que un hasta luego, que pronto volvería a verlos y el reencuentro sería muy feliz, que me esperaba mi futuro y que tenía que ver el lado positivo de las cosas, a pesar de que las lágrimas me escondieran el panorama. Fueron las horas más largas que he pasado.
Al llegar a mi destino y abrirse las puertas del avión, caminé hacia ellas con el pie derecho sabiendo que también se abría la puerta a mi futuro y a mi nueva vida, y con un nudo en la garganta aguantado por la alegría de llegar me bajé en mi nuevo país, el que sería mi hogar.
Hoy en día ya tengo unos cuantos meses aquí y sigue siendo duro, es otro estilo de vida, más tranquila, más segura, con más oportunidades, sin embargo, no dejo de extrañar mi país, donde nací y crecí y sinceramente dudo que algún día deje de extrañarlo. Espero con todas mis ansias volver algún día y reencontrarnos mi querida Venezuela.

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