Gabriela Pulido

Me acostumbre a ser de sentimientos transparentes con quien quiero… Me acople a la idea de que debía ser sincero. Mostrar lo humano y dejar claro esa sensibilidad.
Me acostumbre a ser “cursi”… Me hice la imagen de que algún día esto le agradaría a con quien yo quisiera estar. Expresar de una manera mas romántica mis sentimientos sin necesitar de ningún tipo de contacto físico.
Me acostumbré a no guardarme aquellos secretos con quien considero importante… Contar todas esas historias que pensé que no serian aburridas de escuchar. Pensé que seria un buen tema de conversación, y no una fatigante charla para quien la escuche.
Me acostumbré a la idea de que esta era la imagen “clásica”… Ese “Ya no quedan muchas así”. Es irónico… Pensé que esto era apreciado, o tal vez reconocido hoy en día. Supongo que siempre estuve equivocada.
Me acostumbré simplemente a la idea de que estaba en lo correcto y que era una buena forma de expresarme… ¿Estaba tan equivocada en aquel entonces?… Aveces quisiera pensar que solo he tenido mala suerte, y que con el tiempo es algo que simplemente paso de moda. Algo que con el tiempo se convirtió en anticuado, algo que con el tiempo… Ya no vale lo que antes valía.
El problema es que me acostumbré tanto a todo esto… Tanto que ahora siento como si no tuviera nada. Como si tuviera una moneda descontinuada… Como si tuviera un cupón que ya esta caducado y no es mas que un trozo de papel.
¿Soy yo la única que se siente así?…
¿Hay alguien que haya podido cambiar su forma de pensar después de acostumbrase a todo esto?…
¿Es esta la única forma de acoplarse a lo que es la realidad de hoy?.
Tal vez esto sea lo único que me queda…
Acostumbrarme… Que no todo es como parecía ser.
Gabriela Pulido
Te estaré buscando sin ánimos de encontrar, para que cuando te encuentre sea real ante toda adversidad, y cuando lo haga cuidare de ti toda mi vida, preguntándote un diario cómo estás por medio de un beso que me lo diga todo, y me aseguraré que jamás tengas algún daño recorriéndote con mis manos fieles.

Gabriela Pulido
Señores creadores de las historias de caballeros que matan a dragones y salvan a princesas en peligro. Como miembro de esta orden de hombres que visten armaduras plateadas e impenetrables, montan corceles dorados y dan su vida por conquistar el corazón de una mujer, quiero expresar mi inconformidad. Siento que ya no pertenecemos a este mundo. Las damas, aunque a veces dudo que todavía existan, ya no quieren ser salvadas por nosotros. Prefieren al dragón que solo quiere saborearlas entre sus fauces para luego escupir sus restos o ser maltratadas por un monstruo de varias caras.
Y para la muestra quiero pasar a contarles mi última historia. Entregué todo en el campo de guerra por una mujer. Libré mil batallas por conquistarla, dejé ver mi verdadero rostro sin el yelmo y al final no sirvió de nada. No hubo un “Vivieron felices para siempre”, como ustedes me lo prometieron, porque en la vida no hay tal cosa.
Entre las cosas que hice ella, cabalgué por toda la ciudad en busca de un tesoro perdido, escondido en un centro lleno de caos, donde encontré su única copia y después se lo entregué acompañado de dos alas que prometían su libertad.
La acompañé el día en que un monstruo con riquezas, dueño del cuarto poder, la hizo sentir insignificante y como si fuera una simple presa. Estuve ahí para decirle que con mi armadura y mi corcel la iba a proteger. Le hice sentir que en mí iba a encontrar un refugio donde nada le podía pasar.
Ingresé en su mundo para acompañarla en sus creencias. En un mundo donde ya nadie cree en nada yo las valoré y quise adoptarlas. Estuve dispuesto a convertirme en su mundo y adoptar estas creencias. No solo por ella, sino porque era ahí donde sentía que quería estar.
Dejé una rosa en la entrada de su castillo, para que empezara su día con una sonrisa. Le demostré mi cariño en cada beso, en cada caricia, en cada palabra. Le demostré que en un mundo podrido, lleno de monstruos, peligros, mentiras y traiciones, todavía existía un caballero dispuesto a amarla, a aceptarla y a luchar por ella. Dispuesto a demostrarle que todavía había razones para creer.
Y sin embargo, nada de esto sirvió. En una noche la magia se rompió. Bastaron unas simples horas para que ella olvidara todo y una vez más los molinos se convirtieron en gigantes, derrotando a este caballero.
Por eso mi carta de reclamo, porque en este mundo real ya no hay espacio para personajes como yo. Porque me mintieron cuando me dijeron que a las damas se les conquistaba siendo un caballero, cuando en verdad prefieren quedarse con el dragón. Estoy cansado de llevar esta armadura y regirme bajo los principios de una orden que ya nadie valora. Por eso quiero desmontar mi caballo y pedirles que me dejen en libertad, que quiten la armadura de mi naturaleza y me dejen vivir mi vida como un simple campesino que ya no busca amar.
cordialmente,
Un caballero de Hojalata.

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Escribo esto, porque todo el mundo habla y escribe sobre las mujeres como las eternas víctimas de los hombres, de sus engaños y traiciones. Pero hay que tener claro que hoy en día las mujeres también juegan con los sentimientos, también pueden llegar a ser unas arpías sin escrúpulos ¿Qué hay de todos esos hombres que fueron o son víctimas de estas mujeres? Muchas veces las mujeres nos quejamos y quejamos por no encontrar al amor, por no encontrar un buen hombre que nos quiera y nos respete, sin embargo muchas veces lo tenemos en frente y lo que hacemos es destrozarlo, transformarlo.. 

"Detrás de cada hijo de puta hay una mujer que lo obligó a ser así. "
Gabriela Pulido
Muchos somos, los que viviendo en Venezuela un día decidimos que irse era mejor, que nuestro futuro no estaba en nuestro país y que teníamos que salir buscando lo mejor para nosotros. Nos fuimos en distintos momentos de nuestras vidas, al terminar el colegio, la universidad, el trabajo; pero siempre con la idea de salir para mejorar. No es fácil, se los juro.

En mi caso, me fui después de 3 años de carrera en la universidad con la finalidad de terminar la misma un poco más especializada en otro lugar. Cuando por fin tomé la decisión de irme, miles de cosas pasaban por mi cabeza, ¿Qué irá a ser de mi? ¿Qué pasará? ¿Me irá bien? ¿Me gustará?, en fin, mil preguntas daban vueltas en mi cabeza una y otra vez. Sin embargo, hasta el último minuto no quise hablar del tema. Evadía los comentarios, las preguntas de las demás personas que querían saber ¿Por qué?. 

Por tener un futuro más seguro, por estar mejor preparada, por vivir una nueva experiencia, por conocer otra cultura más a fondo, por vivir segura, por poder salir a la calle con tranquilidad, por no estar preocupado si sales de noche, por no tenerle miedo a los motorizados, por estudiar lo que me gusta, por la libertad, yo que sé… Cualquier razón es válida, debido a la situación en la que se encuentra Venezuela.

Es difícil de explicar y sabía que si le daba más vueltas de las que debía terminaría decidiendo quedarme. Es que el amor que le tengo a mi tierra es demasiado grande.

Fueron pasando los días, cada uno con alguna despedida, y llegó el final. Un final difícil de enfrentar. No es fácil irse de donde llevas toda tu vida, donde están todas las personas que quieres y todos los recuerdos de lo que has vivido.

Hacer la maleta fue de las cosas más complicadas de irme. ¿Como se hace una maleta para comenzar una nueva vida desde cero? Una maleta que pesaba tres veces más que yo, y que no lograba cerrar. Al final llegó realmente el momento: la despedida. Lágrimas y sonrisas, muchos sentimientos encontrados. Estar feliz y triste a la vez. 

Ese abrazo que sabes que será el último durante unos cuantos meses hasta que te vayan a visitar ha sido lo más difícil que he enfrentado. Las lagrimas no paraban de salir de mis ojos y me temblaban hasta las rodillas. Hacer la cola del control de seguridad, intentando lo imposible: no mirar atrás. Y es que cada vez que lo hacía veía en los ojos de los demás las mismas emociones que en los míos. Tristeza y felicidad. ¿Cómo dos sentimientos tan distintos pueden encontrarse en los mismos ojos?

La espera para subir al avión seguía siendo igual de difícil. Llegaban a mi teléfono muchísimos mensajes de despedidas y llamadas de ánimo que realmente lograban, más que animarme, hacer que no pudiera parar de llorar. Que difícil es despedirse. Me subí al avión sabiendo que no era más que un hasta luego, que pronto volvería a verlos y el reencuentro sería muy feliz, que me esperaba mi futuro y que tenía que ver el lado positivo de las cosas, a pesar de que las lágrimas me escondieran el panorama. Fueron las horas más largas que he pasado.

Al llegar a mi destino y abrirse las puertas del avión, caminé hacia ellas con el pie derecho sabiendo que también se abría la puerta a mi futuro y a mi nueva vida, y con un nudo en la garganta aguantado por la alegría de llegar me bajé en mi nuevo país, el que sería mi hogar.

Hoy en día ya tengo unos cuantos meses aquí y sigue siendo duro, es otro estilo de vida, más tranquila, más segura, con más oportunidades, sin embargo, no dejo de extrañar mi país, donde nací y crecí y sinceramente dudo que algún día deje de extrañarlo. Espero con todas mis ansias volver algún día y reencontrarnos mi querida Venezuela.


Gabriela Pulido

A veces estamos tan preocupados por lo que queremos tener, que olvidamos lo que tenemos, solo nos quejamos y se nos olvida agradecer. 


Todo empieza a modificarse a través de la vía de la gratitud, pero no solo debemos agradecer las cosas bellas, los logros, la salud, etc., sino también las "desgracias", agradecer por la llegada de personas que nos lastiman, pues son las que más nos enseñan, incluso agradecer las cosas que no obtenemos, seguro no nos convenían.


Quitémosle a los sucesos el falso valor de "malo" abriendo así la posibilidad de ver el aprendizaje que guardan para nosotros. ¿Qué pasaría si empezamos a tomar todos estos hechos como enormes regalos que llegan en una fea envoltura? 


Hay que enseñarle a la vida que no somos unos niños caprichosos que solo somos felices y agradecidos cuando las cosas salen como queremos.